Hay noches que no quieren terminar. Noches escritas para ser guardadas en el corazón de un país. La de este 4 de septiembre fue una de ellas. Porque Lionel Andrés Messi Cuccittini volvió a ponerse la camiseta celeste y blanca en suelo argentino, esta vez, con un detalle que duele reconocer: fue su último partido oficial por Eliminatorias en el país.

Muchos hinchas repiten que están aprendiendo a despedirse mientras disfrutan, y esa frase flotó entre las tribunas del Monumental. Era la antesala de un adiós que nadie quiere pronunciar.

El capitán salió al campo de juego acompañado por sus tres hijos, que miraban con los ojos encendidos a más de 85 mil personas coreando el apellido de su padre, y su apellido. El himno, que tantas veces lo (y nos) hizo emocionar, unió a todos en coro. Messi, con una sonrisa enorme, se paró junto a sus compañeros para entonar cada estrofa. La postal fue perfecta. Él, sus hijos y una Argentina que lo abrazaba de pie.

20 años albiceleste

El camino fue largo. Desde aquella tarde de 2004 en la cancha de Argentinos Juniors, donde apenas unas cientos de personas lo vieron debutar con la Sub 20, hasta aquel 17 de agosto de 2005 en Budapest, cuando cumplió el sueño de vestir la camiseta mayor. Pasaron casi dos décadas de derrotas dolorosas, de finales perdidas, de lágrimas, de épicas remontadas y de la gloria suprema en Qatar.

Hoy, con 38 años, Messi alcanzó otro récord: igualó a Iván Hurtado como el jugador con más participaciones en Eliminatorias, con 72 partidos. Pero más allá de los números, la sensación fue otra: la de estar viendo el comienzo de las últimas páginas de su obra. 

Argentina se paró con el sello de la “Scaloneta”: 4-2-3-1, presión alta, intensidad y hambre aun estando clasificada al Mundial. Desde el arranque, todos lo buscaron a él. Quisieron regalarle la noche perfecta a su capitán. Franco Mastantuono probó, Cristian Romero cabeceó, pero los ojos siempre terminaron en Messi.

A los 28 minutos tuvo su tiro libre, como los que tantas veces se convirtieron en goles imposibles. Esta vez se fue alto, pero la ilusión era la misma. Y a los 39, llegó el momento soñado: Julián Álvarez, con todo servido para definir, prefirió tocarle la pelota a su “10”. Messi quedó mano a mano y definió con calma para abrir el marcador. Un gol simple, pero eterno, porque resumió 20 años de compañerismo. Todos juegan para Argentina, pero también todos juegan para él.

En las tribunas, el comienzo del final del invierno porteño calaba los huesos. Sin embargo, nadie dejó de cantar. Los bombos, las banderas, las canciones se mezclaban con ese ingenio argentino capaz de transformar hasta un “el que no salta” en excusa para entrar en calor. La hinchada no paró nunca, porque en noches como esta, cada minuto era un tesoro irrepetible.

El segundo tiempo siguió con la misma lógica: todos buscaron darle otra alegría al capitán. Lionel Scaloni movió el banco: entraron Nicolás González, Exequiel Palacios y Lautaro Martínez. “Toro” no falló: a los 32, anotó el 2-0 que aseguraba la victoria.

Pero faltaba el broche final. A los 80’, Thiago Almada, uno de los jóvenes que representan el futuro, asistió a Messi para su segundo gol de la noche. Un pase, una definición y un Monumental que volvió a explotar. Fue la coronación de una velada que quedará grabada para siempre.

Todavía hubo tiempo para un último intento: un gol anulado por posición adelantada que hubiera significado el hat-trick. No importó. La fiesta ya estaba completa.

Un gracias eterno

Fuegos artificiales, abrazos, lágrimas y canciones que se niegan a callar. El frío quedó en un segundo plano frente al calor de un pueblo que no quería abandonar las tribunas. Porque irse del estadio era aceptar lo inevitable: que se está yendo, de a poco, el hombre que dio la mayor alegría deportiva en décadas.

Messi no se fue solo. Lo hizo acompañado de sus compañeros, de su familia, y de un país que todavía no está listo para despedirlo. Y que, mientras aprende a hacerlo, elige agradecer.

Capitán, no te vayas. Y gracias.